Del latín incensum, «encender», las propiedades del incienso han dado mucho de qué hablar. Y como pasaba con las alfombras, hoy trataremos de reconstruir la historia que hay detrás de este pequeño objeto, la guinda de la decoración de interiores que aporta el toque final a la habitación: el olor.
Puede que en muchos casos hayamos reducido la funcionalidad del incienso a un ambientador más, pero la verdad es que estas barritas de resina con aceites esenciales fueron muy valoradas durante la antigüedad, como componente de algunos rituales de sanación. Las propiedades de su olor se consideraban capaces de atraer o repeler las energías, pero no hace falta imaginarse rituales muy exóticos o aquelarres; la Iglesia Católica, por ejemplo, aún a día de hoy utiliza el incienso para acompañar algunas de sus ceremonias más importantes.
El «poder» del incienso está ligado a los elementos que lo componen. Así, igual que el limón es conocido por su poder desinfectante, el aroma de los inciensos de olores cítricos están indicados para desinfectar el aire de habitaciones donde haya enfermos. Igual que si estamos resfriados o tenemos problemas de bronquitis, respirar eucaliptus puede ayudarnos. Sin embargo, recientes estudios de OCU
informaban de que el humo del incienso era incluso más nocivo que el del tabaco, debido a los componentes químicos que se le añaden, y al hecho de ser, en definitiva, un humo muy espeso, que no conviene respirar(*). Por eso, además de comprar incienso de buena calidad, es importante tener en cuenta la ventilación de la estancia donde lo encendemos, que tampoco se trata de hacer un submarino…
El efecto que los olores tienen sobre nosotros ha sido estudiado para fines terapéuticos, como hace la aromaterapia. Y es que de los cinco sentidos, el olfato es el más evocador, y esta capacidad puede utilizarse, si sabemos como, para transportarnos a un estado u otro…
En Japón, el arte de oler incienso o Koh-Do -junto con la ceremonia del té (Chado) y el Ikebala, o arreglo floral- forma parte del trío de artes refinadas, que pretenden ser un entrenamiento para agudizar los sentidos, relajar el alma y mejorar el estado de alerta. En resumen, entrenar nuestra capacidad de sentir e interpretar las sensaciones, que es el camino para una vida más Zen, es decir: no alterarse por los altibajos de la vida sino mantenerse estable, aprendiendo las lecciones que nos enseñan tales «golpes» y creciendo personalmente gracias a ello.
ASÍ SE PRACTICA LA CEREMONIA DEL KODO:
Desde la época de los samurais, la aristocracia japonesa se ha reunido en pequeños grupos, para jugar a este divertido ritual del olor, que consiste en adivinar cuál de los seis tipos de maderas aromáticas tenemos delante. Cada madera lleva el nombre de su país de origen:
Cada una de ellas produce, al quemarse, un olor con muchísimos matices. Los jugadores tienen que descomponer el olor según los 5 gustos:
- Dulce (Amai)
- Amargo (Nigai)
- Picante (Korai)
- Ácido (Suppai)
- Salado (Shio karai)
Para jugar se usan 3 quemadores, y el maestro de ceremonias, o Komoto, muestra los tres trozos de madera con una etiqueta debajo, con el nombre y las propiedades que tiene. Los jugadores memorizan esta información, que luego deberán reconocer una vez arda el quemador y salga el humo.
(*)Dicen que el truco es que el incienso no se huele, sino que se escucha. Un poco recuerda a las catas de vinos, en que los participantes tampoco se tragan el vino sino que tan sólo mojándose los labios, reconocen todos los matices de ese sabor.
Pero es cierto que en el Koh-do no se trata sólo de reconocer porque sí. El objetivo es que el olor les transporte a otros estados, como por ejemplo a la infancia. Así que además de ser un ejercicio olfativo, también tiene algo de terapéutico y ritual, ya que los participantes entran, literalmente, en trance al jugar.